8 de agosto de 1992: el capítulo final de aquel equipo irrepetible conocido como Dream Team tuvo como partenaire a una inédita Croacia. La selección balcánica, debutante en torneos ecuménicos, logró lo máximo que un seleccionado que no se llamara Estados Unidos podía conseguir en aquellos olímpicos: la medalla plateada. Una constelación de estrellas internacionales; los ya campeones mundiales Drazen Petrovic, Toni Kukoc, Dino Radja, Arijan Komazec, Velimir Perasovic, con el acompañamiento de otros célebres como Stojko Vrankovic, Zan Tabak, Danko Cvjeticanin, y con el ilustre Petar Skansi en el banco, plantaron cara durante diez minutos ante el omnipresente conjunto norteamericano, para luego caer sin atenuantes, tal como les ocurriera en la primera fase del torneo y como le ocurrió a todos, no sólo en aquellos Juegos Olímpicos de Barcelona sino también en el Preolímpico de Portland (Argentina incluída) algunos meses antes.

El contexto era otro, bien distinto al actual: contar con un jugador NBA era excepción y no la regla y Croacia no escapaba a ello. Drazen Petrovic era una figura emergente en la mejor liga del mundo tras su frustrado paso por Portland Trail Blazers y su mejoría ostensible en New Jersey Nets, Toni Kukoc ya había sido seleccionado por Chicago Bulls (segunda ronda, puesto 29, 1990) pero aún desplegaría magia en el Palaverde, el histórico estadio de la Benetton Treviso, tras demostrarle al viejo continente todo lo que era capaz de hacer con el tricampeón europeo Jugoplastika Split. Dino Radja estaba en una situación similar; drafteado un año antes (segunda ronda, puesto 40, por Boston Celtics), había dado también desde Split el salto a Il Messaggero Roma, en una época en donde el Pallacanestro italiano pagaba salarios incluso superiores a los de varias estrellas del Calcio.

Con todos esos condimentos, y además con su historia de jugadores (Petrovic, Kresimir Cosic, Andro Knego, Zeljko Jerkov, Asa Petrovic) y entrenadores (Josip Giergia, Mirko Novosel), el futuro de Croacia tras aquella medalla plateada en Barcelona se presentaba promisorio, esperanzador.

4 de junio de 2025: el histórico Cibona Zagreb, multicampeón de Europa durante la década del ‘80 y una de las primeras referencias de básquetbol europeo para muchos de nosotros (Drazen Petrovic fue clave, y su equipo también, incluso en aquella William Jones jugada en Obras Sanitarias, para el conocimiento del baloncesto europeo en nuestro país a partir de 1986) pierde 2-0 la serie de promoción ante el Irilija esloveno (donde Sasa Doncic, padre de Luka, es director deportivo y donde se comenta el propio Luka intervendrá más temprano que tarde en varias decisiones financieras y deportivas) y cae a la segunda división de la Liga Adriática.

El Irilija, verdugo de Cibona Zagreb en la última promoción de la Liga Adriática, serie que determinó la caída de categoría del histórico conjunto croata | Foto: aba-liga.com

Han pasado treinta y tres años entre dos episodios que parecen no tener conexión alguna entre sí, pero que marcan puntos cardinales opuestos de lo que ha sido y de lo que es el básquetbol croata. Se repite como mantra aquello de que Croacia es una potencia del básquet, y si por potencia nos referimos estrictamente a su acepción de aquello “potencial, posible, a futuro” de la palabra, pues podría ser verdad. En cambio, si lo que se busca es referirse a Croacia como un país imprescindible en la actualidad mundial del básquetbol, pues habrá que discutir la afirmación varias veces.

El mantra que se reitera es que Croacia es una potencia mundial. El error de entregarse mansamente a esta clase de mantras o sentencias es la carencia de análisis; lo que en su momento pudo ser, quizá hoy no lo sea porque está establecida la idea y no se la desafía, no se la verifica, no se la actualiza constantemente. Claro está, aquella Croacia de principios de los ‘90 tenía con qué; lo ya comentado de Petrovic, Kukoc, Radja y compañía, con una Jugoplastika que desplegó tres temporadas en Europa de un nivel altísimo (incluso el último de su reinado, ya sin Radja en plantilla), una plata olímpica ante el Dream Team y un bronce en Toronto 1994, en el primer mundial disputado por los balcánicos y la primera competencia importante tras la trágica muerte de Drazen Petrovic.

Toni Kukoc y Dino Radja; la piedra fundamental de la medalla de bronce de Croacia en el Mundial de Toronto, hace 31 años, último golpe sobre la mesa a nivel mundial del elenco balcánico | Foto: FIBA

Por supuesto que hay diversas formas de analizar o contemplar a una nación como potencia en un deporte. Algunos eligen la rabiosa actualidad, otros la historia, la tradición. Un puñado de personas lo analizan en función a lo que viene, y otros, posiblemente los menos, se jacten de ello en función a un par de buenos resultados sin analizar si los mismos se sostienen en el tiempo o si en realidad son fruto de una tormenta perfecta que combina lugar, tiempo, pico de rendimiento y más defectos que virtudes en los rivales. En el caso de Croacia, bien podríamos apelar al segundo enunciado: la tradición. Recordando los nombres mencionados al inicio de este espacio, tanto a nivel jugadores como entrenadores, pues claro que los croatas y su kosarka le han dado brillo al básquetbol internacional. Ya conforme ha pasado el tiempo y tras su independencia de la República Federal de Yugoslavia en 1992, esa tendencia ha ido de más a menos.

Justamente, tras ese fundacional 1992 en la sociedad croata, se han disputado ocho Copas del Mundo. Croacia ha disputado apenas tres, y en solo una, aquella de Toronto 1994, ha subido al podio, aprovechando el viento de cola de los Kukoc, Radja, Komazec y compañía. A partir de allí, únicamente ha competido en el ciclo 2010-2014, con magros puestos 10 y 14 respectivamente. La situación no es mejor en Juegos Olímpicos; tras el segundo lugar de 1992, apenas tres participaciones, con un quinto puesto (Río 2016) como presentación más destacada, además de ser la última. De hecho, Rio 2016 es la última vez en la cual Croacia ha competido en una competencia de índole mundial, ya sea ésta Copa del Mundo o Juego Olímpico. Y, por lógica, no lo hará hasta 2027… siempre y cuando consiga boleto. Once años para una potencia sin competencia de real importancia es demasiado.

En Europa por supuesto que compite de las fases finales del Eurobasket, pero no es que todo sea color de rosa por ello ni mucho menos. No consigue medalla desde Grecia 1995 (bronce), con aquel episodio incluído en el cual los croatas se bajaron del podio en el momento en el que los yugoslavos (campeones de aquella edición en una final memorable ante la Lituania de Arvydas Sabonis y Sarunas Marciulions) se subían al mismo para recibir sus medallas doradas. Como si fuera una jugada del destino, Croacia se bajó de aquel podio en 1995 en clara señal de protesta frente a una nación enemiga (recordemos, en aquel año se desarrollaba con plena vigencia la Guerra de los Balcanes) y nunca más volvió a subirse a un podio de una competencia relevante, ni a nivel mundial ni a nivel continental.

La situación a nivel clubes no es ciertamente distinta. Si bien se entiende que Croacia es un mercado chico en relación a otras naciones, tras el tricampeonato europeo del Kosarka Klub Split a finales de los ‘80 y principios de los ‘90, no ha habido ningún impacto de clubes croatas de ningún tipo a nivel deportivo. La puerta de acceso que podrían tener equipos como el ya mencionado Cibona, Zadar o Split se brindaba deportivamente hasta hace unos años ganando la Liga Adriática, pero la Euroliga ya no brinda invitaciones por mérito deportivo (excepción del campeón de Eurocup). En consecuencia, esa posibilidad permanece cerrada, más viendo la consolidación de Partizan y Crvena Zvezda dentro del ecosistema euroliguero, convertidos en potencias económicas emergentes (hoy día en Belgrado se pagan muy buenos sueldos a los jugadores que allí firman).

¿Pero cuál es el mayor problema de los croatas dentro del básquetbol? Quizá no sea solo uno, aunque tal vez uno esté directamente relacionado con el otro. En lo que a baloncesto estrictamente se refiere, Croacia se ha convertido en una nación sin capacidad de desarrollar generadores de juego, creadores. Si uno mira las plantillas de los últimos diez años, e incluso repasa aquellos croatas que han destacado tanto a nivel europeo como en la NBA, se va a encontrar con anotadores compulsivos y excelentes finalizadores (el recientemente retirado Bojan Bogdanovic, Mario Hezonja), talentosos al poste bajo (Ante Tomic), especialistas defensivos que obtienen puntos sin pedir demasiado el balón (Ivica Zubac), voluntariosos sin una cualidad especialmente marcada (Dario Saric) o gente muy alta pero con clara inclinación a perjudicar defensivamente a su equipo (Ante Zizic). Todos ellos podrían formar, sin dudas, una plantilla poderosa, pero ninguno es un generador de juego. Todos son jugadores de la posición 3 al 5; ninguno es un excelso manejador de balón, ninguno se destaca por su lectura de juego, ninguno está seteado para pensar más en el pase y la creación que en la obtención de puntos de forma casi adictiva. Tan así que no solo Croacia ha recurrido a las ya famosas nacionalizaciones express (con Jaleen Smith, ex Virtus, Alba Berlin y Partizan como exponente) en el puesto de armador, sino que hasta Roko Leni Ukic, lo más parecido a un armador clásico o generador de juego, estuvo en la selección hasta los 39 años intentando aportar lo suyo. Si nos vamos más hacia atrás, sacando los años de Zoran Planinic y Gordan Giricek (los memoriosos recordarán cómo la discusión era acerca de quién era mejor, si Giricek o Ginóbili…creo que ya descubrimos al ganador), tras aquella generación medalla plateada en Barcelona no ha habido generadores de juego interesantes en Croacia.

El segundo problema es más de fondo. Con el fútbol tomando cada vez más y más espacio (culpa del subcampeonato mundial de 2018, y de los Luka Modric, Ivan Rakitic e Ivan Perisic de turno) y con un handball que se ha convertido en un clásico de la disciplina en el orden mundial (en los últimos treinta años obtuvo dos medallas doradas en Juegos Olímpicos, una en mundiales, más otros cinco podios en competencias ecuménicas), es lógico y entendible que la fama, las ganas de las nuevas generaciones y en muchos casos los sponsors tomen la ruta de deportes más exitosos. Pasa en la vida, pasa en TNT.

Volviendo a aquella Cibona Zagreb del segundo párrafo, hace un par de años nuestro José Vildoza vivió la hasta ahora única experiencia europea de su carrera en dicho equipo, mítico, lleno de gloria y de historia, presidido en aquel momento por el enorme Mirko Novosel, fallecido hace ya dos años. Vildoza compartió equipo con varios jugadores que hoy tienen un presente más que respetable en toda Europa: Nathan Reuvers tuvo su primera experiencia profesional en Zagreb y hoy lo hace en Valencia, Toni Nakic acaba de firmar con UCAM Murcia, Danko Brankovic hizo lo propio en Breogán tras dos años en Bayern Munich, el bosnio Amar Gegic ya jugó en su selección, mientras que el en aquel momento prometedor Roko Prkacin ya vistió un par de camisetas en Liga ACB (Girona, Gran Canaria) y parece haber encontrado su lugar en el mundo en Nanterre de Francia, allí donde también estuvo hace unos años Patricio Garino. Un plantel para nada despreciable el de aquella temporada 2021-2022, que se hizo no sólo con la liga croata sino además con la Kresimir Cosic Cup (el equivalente a la Copa del Rey), con Brankovic como MVP en aquella final ante el equipo B del Cedevita (el equipo principal es parte de aquella fusión entre los croatas y el histórico Olimpija Ljubljana de Eslovenia y compite tanto en la Adriática como en la liga local). A tres años de aquel equipo, ya no queda nada. Ni siquiera la permanencia en la división principal de la Liga Adriática.

En formación, la línea es similar. Tras el subcampeonato mundial u19 del 2015 en Heraklion, apenas Zubac y Ante Zizic permanecieron como destacados dentro del seleccionado. Siquiera Marko Arapovic (hijo de Franjo, otro subcampeón olímpico en 1992) se salvó del olvido, a pesar de formar parte del quinteto ideal del torneo. Croacia no volvió a tener actuaciones destacadas en básquetbol de formación, en contrapartida con su vecina Serbia. Incluso Eslovenia recientemente se ha hecho con el bronce en el mundial juvenil de Lausanne.

Este espacio no pretende ni cuestionar la historia croata (grandísima, enorme e incalculable dentro del básquetbol mundial) ni presentar la opinión como una verdad irrefutable. Simplemente pretende, con datos, desafiar una verdad que muchas veces sale hasta por inercia. Ojalá pronto una nación con un sentimiento basquetbolístico enorme como Croacia vuelva por sus fueros, en vez de transitar y experimentar, tal como pasa ahora, el dolor de ya no ser.

Javier Juarez | En X: @javierdm101