Hoy en día, los Harlem Globetrotters son conocidos como un grupo de jugadores que se dedican a llevar a cabo un divertido espectáculo dentro de una cancha de básquet, con lujos de todo tipo como tiros de aro a aro, dribbles con cualquier parte del cuerpo y lo que uno se pueda imaginar con la complicidad de sus rivales.



Y a fines de la década del ’40, cuando todavía los equipos estaban conformados íntegramente por jugadores blancos o negros pero nunca combinados, la historia no variaba mucho tampoco. Pese a que eran mal vistos y mal recibidos cuando les tocaba enfrentar a un equipo de blancos, dentro del campo de juego modificaban por completo la percepción que tenían de ellos a base de un buen show deportivo y de comedia, en el que aprovechaban también para vencer a sus rivales, un detalle relevante de la historia.

Por esa época, los Globetrotters de Chicago (Harlem fue puesto por su creador en referencia al barrio de New York) eran el equipo sensación de los Estados Unidos, pese a que todos sus integrantes eran negros. Para ese entonces se estaba empezando a dar de manera más frecuente que blancos y negros jueguen enfrentados en el mismo partido, pero era una situación muy resistida todavía por ser algo muy reciente que había iniciado, aunque todavía no lo sabían, con un juego secreto en 1944 en Carolina del Norte.

Previo a su primer enfrentamiento con los Lakers, el 19 de febrero de 1948, los Globies ya tenían un título de la WBPT y llevaban más de cien partidos ganados de manera consecutiva (la cifra varía entre 102 y 107 de acuerdo a qué protagonista cuenta la historia). Aunque claro, ninguno de sus rivales tenían en su plantilla por ejemplo a George Mikan, uno de los pívots más dominantes de la historia, y Jim Pollard, otro interno Hall of Famer que brilló en los primeros años de los Lakers.

Casi como una réplica de lo que había sucedido con ese primer juego de 1944 entre blancos y negros, este partido se originó de un amistoso debate entre Abe Saperstein, creador de los Globetrotters, y Max Winter, dueño de los Lakers, que estaban impacientes por saber cuál de los dos era el mejor equipo del país. Tras esa charla entre amigos en la cual le fueron dando forma al proyecto, finalmente acordaron que se disputaría en Chicago, hogar de los Globetrotters y ciudad de nacimiento del mencionado Mikan, previo a un juego oficial de la BAA entre los Stags, dueños de casa, y los New York Knicks, partícipes del primer partido en la historia de la liga.

Si bien podía parecer una misión complicada, los Globetrotters también tenían sus armas para darle pelea al campeón de la NBL. En el equipo había varios nombres que integraron posteriormente algunos equipos de la NBA, pero los más resonantes son los de Marques Haynes, uno de los mejores a la hora de hacer trucos con la pelota en sus manos, Reece «Goose» Tatum, el hombre grande del equipo que dominaba en el poste, Ermer Robinson, Wilbert King y Louis «Babe» Pressley.

Más de 17 mil personas, precisamente 17823, asistieron al Chicago Stadium esa noche, pero no para ver el juego entre Stags y Knicks, sino porque esa era una cifra normal de asistencia para un encuentro de los Globetrotters. Por su parte, los Lakers estaban asombrados porque sus partidos no estaban ni cerca de tener un público tan grande, ya que regularmente no superaban las siete mil almas en su pabellón.

Sin embargo, esa gente estaba a punto de presenciar algo a lo que no estaban acostumbrados, porque para los locales ese no era un juego más en el que iban a lucirse para su gente. No, había algo más y se notó desde el salto inicial, que se lo disputaron entre Mikan y Tatum. Usualmente, este último no saltaba por la pelota, sino que le hacía alguna broma al que tenía enfrente, como por ejemplo bajarle los pantalones cuando estaba en el aire para arrancar el juego con las risas bajando desde las tribunas.

Esta vez, «Goose» decidió que iba a ganarle al gigante de los Lakers, que medía siete pulgadas más que él (6 pies 3 pulgadas del Globetrotter contra los 6’10» del Laker), algo así como 18 centímetros de desventaja. Y lo logró. Pese a que era más chico de estatura, fue más grande de convicción. Cacheteó la redonda hacia donde estaba «Babe» Pressley, que sin dudar condujo la primera ofensiva de la noche, le dio la pelota a Ermer Robinson y tiró, pero sin la suficiente puntería como para encestar.

En los primeros minutos del juego, se notó que los Lakers eran un equipo más ordenado producto de su experiencia en la NBL, pese a haber debutado seis meses antes nada más. Como era de esperar, Mikan tomó las riendas del juego y puso a los suyos 13-4 arriba, aunque no por mucho, ya que los Globetrotters no se quedaron atrás y cerraron la primera manga igualados en 15.

Ya en el segundo cuarto, un pequeño ajuste de John Kundla en su equipo le permitió volver a escaparse en el marcador, pero esta vez conservando esa distancia y así poder irse al entretiempo arriba por 32 a 23, con un Mikan intratable en ambos costados de la cancha: 18 puntos y una defensa fuerte sobre Tatum, que se fue a los vestuarios sin poder anotar en toda la primera mitad.

Sin embargo, los Globetrotters todavía no habían usado su arma principal, el juego físico. Al regreso del descanso largo, doblaron la marca sobre Mikan y ya no era solo Tatum el encargado de intentar frenar a la figura rival, sino que también se sumaba Pressley. Y vaya si funcionó, porque lo secaron por completo y lo bajaron a solo seis tantos en la segunda parte.

Además de bajarle el goleo al futuro campeón de la NBL y la WBPT, también había que anotar, porque no solo con lujos y chistes iban a poder ganar el partido. En el lado ofensivo se encargaron de correr más que los Lakers, que tenían el mismo pensamiento que el resto de los equipos: «los negros no pueden correr rápido porque sus pulmones son más chicos, sus huesos son más pesados y no pueden saltar tan alto como los blancos», un pensamiento arcaico que no tenía ni tiene una pizca de certeza. Así, Harlem atacó de manera incesante, limando la diferencia en el marcador hasta igualarlo en 42 sobre el cierre del tercer parcial. El juego estaba más que abierto a falta de un cuarto y todo podía pasar.

De hecho, así fue. Ambos equipos mantuvieron la paridad y la intensidad durante todo el parcial, algo que le terminó costando caro más a los Globetrotters que a los Lakers ya que cerca del final perdieron a los dos marcadores de Mikan, Tatum y Pressley, por acumulación de faltas personales. De todas maneras pudieron aguantar lo que quedaba, que todavía era mucho tiempo: 90 segundos.

Con el juego empardado en 59 y la pelota en su poder, Haynes, el que mejor manejo del balón tenía, se hizo cargo de la última jugada. Pero, ¿no quedaban 90 segundos todavía? Sí, pero por esa época no existía el reloj de posesión, que fue instaurado recién en 1954. Suena ilógico, pero Haynes picó y picó el esférico durante casi todo ese tiempo, yendo y viniendo entre sus rivales y compañeros con la intención de no perderlo para asegurarse el último tiro y quedarse con la victoria o, en el peor de los casos, llegar al suplementario.

Una eternidad fue lo que duró esa posesión. Incomprensible e imposible de mirar en el básquet moderno. Con un par de segundos para el final del partido, Haynes le pasó el compromiso de cerrar el encuentro a Ermer Robinson, quien tiró desde 30 pies (un poco más de 9 metros, a mitad de camino entre la actual línea de tres puntos y la media cancha). La chicharra sonó con la bola en el aire mientras Robinson permanecía con el brazo derecho arriba todavía y, para el asombro de todos los presentes, el lanzamiento entró. 61-59.

Los Globetrotters, un elenco conformado en su totalidad por jugadores negros, habían derrotado a los Lakers, el equipo favorito del básquet estadounidense que, obviamente, eran todos blancos. Pero más importante aún, le habían ganado al racismo latente en cada esquina del planeta. A partir de ese momento, quizás no eran conscientes todavía, pero el destino de las personas de color en el básquetbol empezaba a cambiar.

El mundo continuó, la historia de este deporte en Estados Unidos se siguió escribiendo y el historial entre ambos equipos se agrandó. Un año más tarde volvieron a enfrentarse, pero esa vez en dos oportunidades en cuestión de pocos días entre cada juego. El primero fue triunfo de los Harlem por 49 a 45, sin saber que sería la última vez que derrotarían a los Lakers. El otro partido, 68 a 53 para los de Minneapolis. Luego de esta vinieron otras cinco victorias consecutivas para los Lakers, rivalidad que finalizó en enero de 1958, la última vez que se vieron las caras dentro de una cancha de básquet.

Cada equipo siguió su camino. Uno se convirtió en uno de los mejores en la historia de la NBA, con 16 trofeos en sus vitrinas y la posibilidad latente de alcanzar este año a los 17 de los Celtics; el otro dejó el costado competitivo para convertirse en uno de los mejores shows deportivos del planeta, llenando inmensos estadios y teatros cada vez que las luces se prenden y suena su inconfundible y característica melodía.

Más allá de que fue el primer partido entre dos equipos que le dieron una gran cantidad de alegrías a los amantes del básquet, este juego también fue el punto de partida para romper de una vez por todas las barreras segregacionistas que le imponían los directivos de la BAA y de la NBL (fusionadas en 1949 para crear la NBA) a los jugadores de color, cegados por el racismo que los privaba de tener en sus plantillas a los mejores atletas del país. Y por suerte abrieron los ojos a tiempo.

En el draft de 1950, los Celtics usaron su elección de segunda ronda para hacerse de Chuck Cooper, el primer basquetbolista de color en ser elegido en dicha ceremonia por un equipo profesional, y en la novena ronda le tocó a Earl Lloyd, seleccionado por los Washington Capitols. Posteriormente, poco antes del arranque de la temporada, fue el turno de Nat «Sweetwater» Clifton, el pívot estrella de los Globetrotters en esos años, quien tuvo la posibilidad de llegar a los Knicks, pero él no lo hizo mediante el draft sino de manera directa con un traspaso entre los equipos y se convirtió en el primero en firmar un contrato con una franquicia.

Quizás no se hayan dado cuenta en ese momento, pero los jugadores de los Globetrotters y los Lakers, habían hecho historia. La percepción de los dirigentes sobre los jugadores negros empezó a cambiar esa noche y todo lo demás también lo hizo. Puede ser que sin este partido, no hubieran existido los Russell, Chamberlain, Magic, Jordan, Kobe, LeBron y muchos otros, tanto los que pasaron, como los que están ahora y los que vendrán.

Nota: Emiliano Iriondo | Twitter: @emi_iriondo