Tres segundos en el básquet pueden ser una eternidad, más cuando del mundo de la NBA se trata. Y ese universo, que está acostumbrado ya a las épicas definiciones de partidos y series de playoffs, tuvo en la primera ronda de la conferencia Este de 1989 uno de esos momentos que marcaron para siempre la historia de la liga.

Por ese entonces, los Bulls no eran los tricampeones de la liga que todos conocen. Ni siquiera habían hecho su aparición en unas finales. Contaban con un equipo de alto nivel, pero todavía no eran lo suficientemente buenos como para meterse entre los mejores, aunque tenían algunas piezas que podían hacerlo.

En 1989 el equipo estaba listo para dar el salto, tras haber sido derrotados el año anterior en semifinales por los Pistons. La intención estaba más que clara: repetir o mejorar esa presentación. Pero delante tenían a un equipo que era el gran candidato a hacerle frente a Detroit, el último campeón de la conferencia.

Los pronósticos estaban en su contra, ya que del otro lado estaban los Cavaliers de Ron Harper, Larry Nance y Mark Price. Eran por esos años tres de los mejores jugadores de la liga que congeniaron en Cleveland y armaron un equipo ultracompetitivo, comandados por el histórico ex jugador Lenny Wilkens desde la banca.

Pese a esto, Chicago sabía lo que era ganar en Cleveland, porque lo habían hecho en el primer juego de la serie por 95 a 88, dando la sorpresa de la serie, que era a cinco juegos todavía. Pese a caer en el segundo también fuera de casa, regresaban a Chicago con la posibilidad de cerrar la llave si ganaban los dos partidos de local. Sin embargo, los Cavs no se asustaron tras caer en el tercer punto y se quedaron con el cuarto al ganar en tiempo extra por 108 a 105. De esta manera llevaron la definición a un quinto y decisivo encuentro, de regreso a Cleveland.

Michael Jordan lo sabía, y los medios se lo hicieron notar también. Distintos periodistas habían asegurado en sus respectivos artículos que los Cavs ganarían la serie. Lacy Banks (Sun-Times) auguró una barrida en tres juegos, Kent McDill (Daily Herald) le dio la chance de ganar al menos un partido a Chicago y Sam Smith (Chicago Tribune) aseguró que llegarían al quinto antes de caer. Sin embargo, cuando el 23 de los Bulls los vio antes de empezar el último partido, se acercó y les dijo, apuntándolos con un dedo: «Nos encargamos de vos (Banks), nos encargamos de vos (McDill) y hoy nos vamos a encargar de vos también (Smith)».

Esa noche la tendencia de los juegos anteriores se mantuvo y no hubo un claro dominador en el marcador. Los parciales fueron muy parejos, al punto de que a falta de tres segundos para el final, la diferencia era de un punto a favor de los locales (100-99). Con la pelota en poder de los Bulls, el desarrollo de la última jugada iba a ser uno solo: la pelota a Jordan y el resto se abre. Pero el desenlace de la misma era lo que haría histórico este final.

Michael, casi como un rayo, esquivó a su primer defensor para poder recibir la pelota a siete metros del aro con tres segundos por jugar. Al instante llegó a su marca Craig Ehlo, quien no tuvo respuesta alguna a su salida hacia la izquierda con dos piques. Tras ese par de dribbles, el escolta se detuvo por detrás de la línea de libres y se elevó para encontrar una mejor posición y así soltar su brazo derecho.

No está claro cómo lo hizo, como muchas otras de sus jugadas a lo largo de su carrera, pero Jordan estuvo en el aire el tiempo suficiente para que Ehlo siga de largo en su afán por tapar el lanzamiento y además tirar al aro para anotar los dos puntos que le dieran la victoria a su equipo. El reloj marcó el final, las luces del aro se encendieron cuando la pelota estaba en el aire, y cuando por fin entró se desató la locura de todo el equipo de «la ciudad del viento».

El autor de semejante obra de arte dio otro salto y revoleó su bazo derecho en varias oportunidades para festejar. Un segundo más tarde empezaron a llegar sus compañeros para abrazarlo, incrédulos por lo que acababa de suceder. De a poco fueron acercándose más y más y así formaron una gran masa roja en el centro de la cancha. ¿Recuerdan al marcador de Jordan, Ehlo? Apenas vio que el tiro entró al aro se tomó la cabeza y se dejó caer al suelo, incrédulo como todos los presentes por lo que acababa de ver.

Luego de eso, los Bulls tuvieron que enfrentarse a los New York Knicks en semifinales, otro equipo bien armado, con Ewing como figura y que tenía las mismas aspiraciones que Chicago, que era hacerle frente a Detroit. Sin embargo, los de Jordan y compañía tenían en claro que el lugar en la final ante los Bad Boys seria de ellos y así lo fue, tras vencerlos por 4 a 2.

En la final de conferencia la historia fue algo más dura que antes y, pese a que venían de la hazaña ante Cleveland y una gran muestra de su nivel frente a los Knicks, los de Chuck Daly privaron al equipo sensación de conseguir el pase a la final. Fue caída por 4 a 2 y una nueva decepción de los Bulls, que volvían a quedar a las puertas de su primer título, algo que tendría que esperar dos años más.

Fue la primera vez desde que había llegado a la NBA que Jordan anotaba un game-winner para los Bulls, y no sería el único. Hubo varios más, como el que le dio el último título en 1998, quizás el más famoso de todos. Y también uno muy similar en 1993, en el que también fue para vencer a los Cavs en el último segundo, aunque en esa oportunidad fue para sacarlos del camino al vencerlos en la serie por 4 a 0.

Hoy, 7 de mayo, se cumplen 31 años de «The Shot», una de las primeras muestras de la grandeza de Michael Jordan. El tiro que lo terminó de meter entre los mejores y que, aunque por ese entonces no parecía, sería vital para que Chicago también empiece a ser más respetado por los demás, demostrando que las cosas empezaban a cambiar en el Este.

Nota: Emiliano Iriondo / Twitter: @emi_iriondo