Tener miedo o sentirlo, no es algo extraño a la condición humana, sino al contrario, habla de cierto nivel de salud mental, de autoconciencia y de conciencia de algún riesgo. Como toda emoción, se vincula directamente con la conservación de la vida y en sí mismo, no es algo absolutamente negativo, pero sí debe aprender a gestionarse.

En el ámbito deportivo, puede que cierto nivel de temor ante el próximo rival ponga en funcionamiento el sistema de alerta, el cual consiste en una serie de reacciones fisiológicas en la que entran en juego diversos mecanismos defensivos para afrontar una situación que se visualiza como amenazante. Por lo tanto, puede que su activación lleve a una mejora en el entrenamiento y a una preparación tal que repercuta positivamente en el rendimiento, habiendo así cumplido su misión, que es la de mantener un buen nivel de atención.

Pero también puede ocurrir que el miedo perdure más allá de su función y que, sumado a diversos factores, sea paralizante y dinamite el rendimiento deportivo. Esos factores de profundización del miedo o de perduración del mismo más allá de lo saludable pueden ser internos o externos.

  • Internos: son aquellos propios de la persona, que en general requieren un trabajo emocional interno: autoexigencia desmedida, niveles de activación y conciencia excesivos, autoconfianza inadecuada.
  • Externos: son aquellos que tienen que ver con el entorno y que han de aprender a gestionarse a través de entrenamientos en habilidades mentales. Estos pueden ser: magnitud del evento, presión del público en el estadio, situación contractual o económica, etc.

Desde una perspectiva psicológica, es importante trabajar en la gestión emocional, específicamente en el miedo y la respuesta de ansiedad. Saber utilizarlo para mejorar los niveles de alerta y activación precompetitiva, pero dejarlo de lado a la hora de competir, pues con elevados niveles de tensión y miedo, resulta muy dificultoso y hasta imposible una ejecución técnica y/o táctica óptima. El estado de alerta, tensión y presión excesiva pone al cuerpo del basquetbolista en el lado opuesto al estado de flow, que es donde se logra un mejor y mayor nivel de ejecución deportiva.

En el básquet nacional tenemos un ejemplo que salta con claridad que es el de la Generación Dorada, especialmente las diferencias entre el de Indianápolis 2002 y el de Atenas 2004. En el torneo de 2002, los niveles de preparación y alerta precompetitiva, y de activación, concentración y ejecución, fueron de excelencia. Se veía a un grupo de jugadores que jugaron con una velocidad, una inteligencia, un compromiso con el compañero y una saludable alegría. Solo jugaban al básquet, haciéndolo con pasión, entusiasmo e inteligencia. El equipo y el juego fluía, es decir, se jugaba sin más que eso, jugar.

El equipo se observaba fuerte, ágil e imparable, hasta que llega el final de la final. ¿Qué pudo haber pasado? Seguramente habrán confluido varios factores, pero apuntando a lo psicológico, se puede tomar la afirmación de Pepe Sánchez en el Documental de ESPN: tuvimos “miedo a ganar”. 

Ese miedo a ganar o miedo escénico consiste en un exceso del nivel de alerta, de una respuesta creciente de estrés y un exceso de ansiedad que lleva a equivocar caminos, tomar decisiones erróneas y ejecutar con menor eficacia. Y todo lo bueno parece desvanecerse. Lo inesperado del momento, la toma de conciencia de lo que sería un campeonato mundial, lo inédito de la situación y la inexperiencia del equipo conspiraron para que las sensaciones primero, y el resultado después, hayan cambiado. Como si de repente el equipo se hubiera olvidado de jugar, dejado de sonreír y disfrutar; la conciencia del evento, el peso de la historia y la jerarquía del rival lo habían logrado. Y la final se perdió.

Dos años más tarde, una cita más importante en términos del deporte global, un equipo muy parecido, pero con una preparación y un nivel de juego inferior logró la medalla dorada. Psicológicamente nos podemos preguntar, ¿que pudo haber pasado? El equipo había hecho la experiencia; no solo ya habían estado ahí sino también habían aprendido a “estar ahí”. El “estar ahí” consiste en cierta costumbre que posibilita una gestión eficaz de la ansiedad competitiva, se está ahí, ahora y jugando. Es decir, la influencia de los factores externos se encuentra reducida en términos de ejecución deportiva, e internamente el foco atencional y emocional está puesto casi exclusivamente en el hecho de jugar, razón por la cual el nivel de juego permanece invariable durante todo el partido.

A modo de ejemplo, lo que ocurrió con el mejor equipo deportivo de la historia del país, muestra varios puntos a tener en cuenta. 

  1. El miedo escénico existe; negarlo es un absurdo que impide que pueda trabajarse.
  2. El miedo puede ser un aliado al momento de preparar un partido, pero se convierte en un enemigo cuando aparece durante el mismo.
  3. El trabajo en la gestión emocional de los jugadores y equipos es fundamental para afrontarlo de manera exitosa.
  4. Las situaciones frustrantes suelen ser una plataforma para el crecimiento emocional deportivo.

Se trata entonces de asumir que se puede tener miedo, y que incluso es saludable sentirlo. Pero que es esencial trabajar para que no conspire contra el rendimiento deportivo, pues nada en el básquet es tan determinante ni absoluto como para que no sea posible de ser utilizado como aprendizaje para un crecimiento personal y deportivo a futuro.