¿De qué se habla cuando se habla de salud mental?

En mayo de 2020, la estrella de la WNBA Liz Cambage puso sobre la mesa la cuestión y, en un estremecedor relato, visibilizó el tema de la salud mental en el deporte. Una lesión, un mala decisión táctica o carencias técnicas de un deportista, en general se dan a la vista de entrenadores, rivales, compañeros y aficionados. Pero un malestar psicológico, por el atravesamiento de la angustia, por un desborde de ansiedad o por una situación existencial pasada o actual, suelen ser invisibles o inaudibles.

En el testimonio de Liz, como el de otros deportistas, se da cuenta de diversos padecimientos psicológicos que permanecen en la intimidad, ya que lo que el micro mundo del básquet profesional y los fanáticos ven, es lo propio de la competencia. Se ve la victoria, la derrota, el esfuerzo, el roce, el salto, el acierto, el error, es decir, lo que se muestra.

Pero ¿qué hay detrás de una heroína de musculosa, que despierta pasiones, gritos y aplausos; qué le pasará o le pasa al MVP cuando no está en la cancha?

Siempre detrás de un deportista habita una persona, que siente, piensa, desea, sufre y proyecta igual que cualquier humano. Esto parece una obviedad, pero atendiendo a los hechos, no lo es. Parece que a la industria del deporte, a varios de sus actores y consumidores se les olvida. Los altos niveles de exposición y de exigencia, por un lado, y la soledad que impone el calendario, por el otro, hacen que lo afectivo, lo mental, en definitiva, lo psíquico no tenga espacio.

En los medios se escucha o lee seguido, “nace una estrella”, “el nuevo Manu”, “el sucesor de Scola”, “la nueva esperanza del básquet del país”. En los clubes o asociaciones aparecen frases como “este pibe nos salva”, “hoy no podemos perder”, “qué pecho frío, como lo perdió”, “no podés errar eso”, y muchas otras oraciones que conforman un discurso dominante que impone un solo camino, el del éxito sin errores. Algo absolutamente lógico para robots, pero que para los seres humanos es un horizonte imposible. Y la obligación de la misma genera niveles de angustia, ansiedad y frustración que si no se trabajan, se desmienten y se los denuncia en su imposibilidad, enferman.

Liz se pregunta y cuestiona si realmente el padecimiento psíquico se quiere escuchar, o se lo quiere reducir a unas palmaditas en la espalda, a un mero aliento o un ejercicio de focalización o motivación. Apuntar a la salud mental de quien juega al básquet como un pilar esencial del desarrollo deportivo, requiere ampliar la mirada y la escucha más allá de lo que sucede en la cancha. No es suficiente dar herramientas para gestionar emociones en la cancha, para mejorar en la atención o en la motivación, sino se apunta lo que sucede por fuera de las canchas. Ampliar la mirada implica que profesionales de salud mental apunten a lo que a cada sujeto le sucede, estar atentos a comportamientos y a la historia personal y deportiva, ya que si la psiquis no está sana, todas las herramientas deportivas que se brinden pueden colaborar en el enfermar.  A modo de ejemplo, se puede leer que Liz utilizaba verbalizaciones internas como una herramienta, pero cuando algo no andaba bien, lo que ella misma se decía aumentaba su malestar.

Entender el rol de la psicología más allá de la lógica del éxito, paradójicamente, es la clave del éxito del trabajo psicológico con los y las basquetbolistas. Se trata de dar lugar a la escucha, a la contención y también al síntoma, es decir, atender a que algo invisible, pero que se devela en rendimientos dispares, en silencios, soledades y excesos. Asumir que el costo psíquico de dar lo mejor cada noche, muchas veces es similar al físico, pero que no suele verse con tanta claridad, es ya el comienzo. Tomar en serio los malestares humanos del deportista es darle continuidad, y facilitar las terapias específicas en conjunto con el cuerpo técnico es el tercer paso de un proceso virtuoso tanto desde la salud como desde lo deportivo.

Comprender que uno o muchos tiros se pueden fallar, que uno o varios partidos pueden perderse o jugarse mal, es parte del trabajo preventivo de los profesionales de la salud mental. Asumir que hay decisiones de vida, situaciones existenciales y contextuales que influyen en la vida anímica y en lo deportivo, es clave. ¿O acaso es necesario que un basquetbolista no esté el día del nacimiento de su hijo, o en el fallecimiento de un familiar? ¿O puede costarle la adaptación a un país, ciudad o equipo nuevo? ¿O vivir por meses alejado de sus seres queridos es bueno deportivamente? Preguntas que no pueden responderse desde la generalidad, sino que deben abordarse desde la subjetividad más íntima. Del mismo modo que han de trabajarse las exigencias del profesionalismo, la preparación para una carrera basquetbolística, la toma de decisiones de vida y el afrontamiento de situaciones de vida y deportivas, tanto positivas como negativas.

Es necesario que se le pierda el miedo dentro del deporte a términos como angustia, ansiedad, estrés, pánico, temor, euforia, entre otros , pues son parte de la vida en muchos casos y el dejarlos ocultos lo único que logran es socavar la vida y el rendimiento de los protagonistas. Sacarlos a la luz, dar espacios, trabajarlos y formarse es el camino para que el costo del profesionalismo no sea la salud de los y las deportistas.

Como Liz, hay muchos dolientes silenciosos dentro del básquet; se trata de que se les otorgue lugares para que se pueda poner en palabras y ser elaboradas de una manera profesional.

Si alguien se lesiona va a Kinesiología; si la psiquis no se siente bien… ¿Adónde ir?

Por Gustavo Mena / TW: @gustavoemena
Licenciado en Psicología